Obras
Los toros y Picasso, las innegables raíces españolas de Picasso
A la hora de visualizar y poner en valor la obra completa de Picasso, podemos destacar, de entre todas las figuras que aparecen en las mismas, los animales, y de entre los animales, sin ningún lugar a dudas, los toros. Picasso mostró un gran interés por el mundo taurino desde pequeño, cuando acudía con su padre José a corridas de toros en La Malagueta (Málaga), y que posteriormente reflejaría en obras como El picador amarillo (1890).
Como resulta evidente, el toro es el principal protagonista de ese mundo taurino que cautivó al joven Pablo Picasso, pero, además, es también símbolo inequívoco de España, país natal de Picasso pero que abandonaría a edad temprana. A raíz de los años treinta, en cierto modo identificado con la situación que atravesaba el país, Picasso comenzó a prodigarse en la representación de uros en sus cuadros, siendo célebre la cabeza de toro que aparece en Guernica (1937).
Sin embargo, es en entre los años 1945 y 1946, tras concluir la Segunda Guerra Mundial, cuando Picasso realiza un verdadero estudio acerca de la figura del toro a través de once litografías, claramente inspiradas por el arte rupestre de Altamira, que se han convertido, como en el caso de la Paloma de la paz (1949), en iconos indiscutibles no solo de la producción de Picasso, sino también de la figura del toro en la Historia del Arte.
En la serie podemos apreciar cómo Picasso realiza una evolución e interpretación de la figura del toro, desde el animal que responde a los cánones clásicos, pasando por figuras expresionistas, hasta derivar en el toro llevado al mínimo detalle, pero sin perder su esencia o características.
Análisis y comentario del cuadro Mujer sentada de Picasso
Picasso experimentó, a lo largo de toda su carrera, con diferentes movimientos, entre los que se encontraban el academicismo clásico, el impresionismo, el surrealismo o el expresionismo. Sea como fuere, todos ellos, antes o después, le llevaron al cubismo, bien a los inicios a través del cubismo temprano y analítico, o bien al cubismo sintético y, posteriormente, maduro, propio del artista malagueño, y lejos del de otros autores como Braque o Gris.
Aunque siempre renegó del surrealismo,[1] o al menos haber pertenecido a dicho movimiento, en las pinturas de Picasso de finales de los años veinte y, la práctica totalidad, de los años treinta, puede apreciarse una notable influencia surrealista en sus obras. La paleta de colores cambia hacia colores más vivos, e incluso estridentes, la realidad se deforma o se incluyen conceptos metafísicos en su pintura, haciendo que su cubismo vaya más allá del sintético. Ello es algo que se aprecia, perfectamente, en Mujer sentada de 1937, también llamado retrato de Marie Thérèse, en el que apreciamos un cierto optimismo o alegría por parte de Picasso gracias a la paleta de colores empleada en el retrato, así como el tratamiento de la obra.
1937 es un año convulso para el malagueño; había sido nombrado director del Museo del Prado un año antes,[2] es el año en el que pinta sus famosas obras Guernica o Mujer llorando, y se trata de años delicados a nivel ideológico y sentimental. Por ello, Mujer sentada parece resultar un remanso de paz dentro del año en el que el autor, obligado por la situación, abraza un expresionismo desgarrador.
La protagonista, posiblemente su amante Marie-Thérèse Walter, aparece sentada frente al observador, vistiendo un profusamente decorado vestido cargado de color y un sombrero con lazo. La habitación en la que se encuentra, muestra una perspectiva imposible y, quizá, junto a determinados elementos ornamentales de la obra, sean los únicos elementos puramente cubistas de la misma. Destaca, muy por encima de todo, el uso del color, muy vivo, que se acompaña de trazos gruesos, aunque irregulares.
El rostro de la mujer, al igual que en otras obras de Picasso, presente una dualidad que permite observarlo desde dos perspectivas diferentes: de frente o de perfil. Este aspecto será uno de los signos identificativos de Picasso desde los años veinte en adelante y encuentra en Mujer sentada de 1937 uno de sus mejores exponentes.
Análisis y comentario del cuadro niño con paloma de Picasso
De entre el extenso “bestiario” que compone la obra de Pablo Picasso, resultan interesantes las diferentes interpretaciones que el artista malagueño realizó acerca de toros, bebedores de absenta, instrumentos musicales y, por supuesto, palomas. A lo largo de toda su carrera, Picasso inmortalizó a estas aves en óleos, dibujos de aguatinta, cerámicas y esculturas, destacando entre las mismas el Niño -o niña- con paloma de 1901, y su Paloma de la Paz de 1949.
Cuando Picasso regresa en 1901 a la ciudad de París, algo estaba cambiando ya en la concepción artística del mismo. De los cafés, burdeles y terrazas de una ciudad que se negaba a abandonar su esplendor bohemio de 1889, Picasso comienza a experimentar con otro tipo de composiciones y estilos, como en el caso de Niño con paloma, evidenciándose una clarísima influencia posimpresionista, en colores y trazos, de autores como Gauguin.
La composición, a priori sencilla, revela algunas pistas acerca del posterior paso que daría Picasso en su pintura. En ella aparece un niño, de género indeterminado, aunque ataviado con vestido blanco y pañuelo a la cadera, que sostiene con sus dos manos una paloma blanca. En el margen inferior apreciamos una pelota con diferentes colores cálidos y serenos. La obra la completa un enorme fondo azul que se constituye, quizá, como uno el componente más interesante de la misma.
Picasso sigue empleando trazos gruesos, firmes y simples, un uso de colores armoniosos -a excepción de la novedad empleada con el azul- y una leve pérdida de la perspectiva[1] que, si bien no marcaría toda su Etapa Azul, sí que resultará capital en su posterior proyección cubista.
El Niño con paloma de 1901 inicia, de facto, la Etapa Azul de Picasso, tratándose de la obra pionera de dicho periodo, el cual evolucionará paulatinamente hasta alcanzar su cénit con su Autorretrato, también, de 1901, El viejo guitarrista ciego (1903) o La Celestina (1904).
Análisis y comentario de Las señoritas de Avignon de Picasso
Se dice que toda obra artística es hija de su tiempo, por este motivo, para entender mejor Las señoritas de Avignon debemos tener presente el ambiente cultural y la realidad de su época. Cuatro años antes de que fuera pintada, en 1903, se celebró por primera vez el “Salón de Otoño” en París, exposición anual que pretendía ofrecer oportunidades a los jóvenes artistas, al tiempo que protestar contra el academicismo de la época.
Una obra “transgresora” Las señoritas de AvignonA finales de 1906, un Picasso de 25 años que ya era reconocida y bien visto tanto por compañeros como la crítica, cominza a realizar los primeros estudios para Las señoritas de Avignon. En esos años, el interés por las estampas japonesas y las culturas de los pueblos primitivos era creciente. También, cabe recordar, que en estos años había una creciente curiosidad e interés por los objetos de las culturas africanas, llegados a Europa a través de misioneros y exploradores, destacando las máscaras.
El Museo de escultura histórica del Trocadero en ParísPicasso visitó el Museo de escultura histórica del Trocadero mientras pintaba Las señoritas de Avignon y al visitar el departamento etnográfico, descubrió una colección formada por esculturas negras amontonadas en vitrinas. Quedó tan cautivado por estas esculturas que le influyeron en la obra que estaba pintando (Las señoritas de Avignon) y le lleva a esculpir una talla de madera (Figura inacabada, Museo Picasso). De hecho, esta visión abre la puerta a una nueva forma de entender e interpretar el arte, y se refleja claramente en las dos figuras de la parte derecha del lienzo. Es en ellas donde Picasso rompe con los cánones clásicos de la belleza, e, incluso, con el resto de la obra, creando un conflicto visual entre ambas facciones que, en realidad, nunca llego a solucionar, pues la obra se mantiene inacabada.
Las críticas fueron unánimes. Leo Stein y Matisse se mostraron indignados y desaprobaron la pintura. Matisse llegó a declarar que el cuadro era un ultraje, un intento de ridiculizar el movimiento moderno del arte. El coleccionista ruso, Shchukine, exclamó: «Qué pérdida para el arte francés». Más tarde, cuando las derivas artísticas nacidas de esta obra, confluyeron en el cubismo, Apollinaire, aludiendo a Las señoritas de Avignon, escribió en su obra Los pintores cubistas: «jamás existió espectáculo tan fantástico como la metamorfosis que experimentó para convertirse en un artista del segundo tipo».
No es de extrañar que Las señoritas de Avignon dejará descolocados por completo a los contemporáneos de Picasso, incluidos los artistas más vanguardistas del momento. La obra, considerada la precursora del cubismo, muestra a cinco mujeres desnudas, que miran fijamente al espectador, sobre un fondo descompuesto en diferentes planos (cortinajes). Las tres mujeres de la izquierda con sus grandes ojos almendrados observan al espectador, ofreciéndonos sus estilizados cuerpos. La obra representa un burdel de Barcelona, un grupo de prostitutas que se ofrecen al visitante. Estilísticamente, la obra encuentra la inspiración tanto en Cézanne como en el arte egipcio e íbero.
Sin embargo, las dos mujeres de la derecha rompen totalmente con todo lo pintado hasta entonces. Su rasgos faciales están prácticamente deformados en una combinación de formas geométricas. Las narices se han convertido en algo totalmente primitivo que recuerdan a los tótem y las máscaras tribales del África negra que tanto interés provocaban en esa época. Los ojos de una de las mujeres ya no son sino manchas colocadas en planos diferentes, y los senos de otra se han convertido en formas geométricas planas con diferentes gradaciones tonales. Si en las tres figuras de la izquierda aún pueden apreciarse algunos restos de rasgos naturalistas, en las de la derecha, es al contrario, comenzando a apreciarse toques del cubismo. Este cubismo es más apreciable en el cuerpo de la mujer que se encuentra sentada a la derecha, pues aparece representado desde dos puntos de vista (de frente y de espalda), anticipando de este modo el «Cubismo».
Le Bateau-Lavoir era un caserón de madera situado en la plaza Emile Goudeau del barrio de Montmartre (distrito 18 de París). En esta zona estaban ubicados diversos estudios improvisados, ocupados por escritores y artistas bohemios (Apollinaire, Max Jacob, Mac Orlan, Modigliani, Van Dongen, Juan Gris…). Este verdadero crisol del arte contemporáneo, fue llamado por Max Jacob el “laboratorio central de la pintura”.
Allí fue donde Picasso inició una búsqueda formal desde 1906 y que terminó, en 1907, por revolucionar la pintura con la obra, Les Demoiselles d’Avignon. El artista guardó muy buenos recuerdos de esta residencia, pues, años más tarde escribió:
“Sé que volveremos al Bateau-Lavoir. Es allá dónde fuimos verdaderamente felices, fuimos considerados como pintores y no como bestias extrañas”.
Sin embargo, no hay que engañarse, el edificio constaba de tres pisos y, como dijo el escritor y pintor Max Jacob, buen amigo de Picasso:
“No es para nada saludable, no hay luz, el mobiliario parece haber sido comprado en un mercado de pulgas, y solo existe un agujero lúgubre como inodoro, y un grifo de agua para todos en la planta baja”.
Le Bateau-Lavoir, fue destruido en 1970 a causa de un incendio.
En 1906 Picasso, recoge en una libreta, conocida como el Carnet català, dibujos de paisajes y de gente, y reproduce dos esculturas egipcias que sirvieron como referencia para una serie de esbozos que terminaron por culminar en Las Señoritas de Avignon, lo que nos permite entender la ascendencia del arte egipcio en algunas de las figuras del lienzo. Influencias egipcias pueden apreciarse igualmente en el rostro de perfil de la mujer del lado izquierdo.
Picasso recoge referencias de todo tipo de arte, de ahí que en una entrevista en 1923, dijera: «Para mí no hay pasado ni futuro en el arte. […] El arte de los griegos, de los egipcios, de los grandes pintores que vivieron en otros tiempos, no es un arte del pasado; quizás hoy esté más vivo que nunca».
Podemos saber gracias a los esbozos que realizaba Pablo Picasso en uno de los cuadernos preparatorios (Picasso realizó alrededor de 700 esbozos preparatorios), que Las señoritas de Avignon comenzó «siendo una escena de bañistas, partiendo de Cézanne, y después, a través de unos grabados de Degas que vio Picasso, pasó a ser un tema de burdel». En concreto, fue a partir del tercer cuaderno preparatorio cuando Picasso dió un giro a la temática, inspirándose en la barcelonesa calle de Avinyó, cercana al domicilio de la familia Ruiz Picasso. De esta manera podemos ver como Picasso estudiaba sus obras, realizando una continua evolución de la misma.
La búsqueda de lo esencial
Desde 1905, Picasso había prestado especial atención al dibujo de desnudos. En 1906 se autorretrata con una paleta y, en el mismo año, realiza el retrato de Gertrude Stein. En todas estas obras se aprecia una búsqueda sistemática de la estilización, de masas sólidas y reducción de las formas a lo esencial. Picasso ignora la perspectiva, y el cromatismo se reduce a gamas que apuntan a la monocromía.
Es a partir de estas obras cuando se lanza a la búsqueda frenética de un nuevo lenguaje. En los esbozos y dibujos previos al cuadro, se aprecia claramente las mujeres desnudas, algunas en cuclillas (seguramente en disposición de lavarse sus partes íntimas), otra sentadas en un sillón. También una regenta (o prostituta anciana), cubierta con ropas negras y un cliente que accede por el lado izquierdo. En la parte baja, en el centro, vemos una jarra o florero (en el cuadro final se transforma en un frutero), y detrás un plato con rodajas de sandía. La propuesta final de Picasso va más allá de la belleza formal, la belleza sentimental, emotiva, propia de los sentidos, se adentra en un campo nuevo, en una belleza mental donde lo importante no se centra tanto en las formas como en las reflexiones y emociones que estas producen.
Está muy extendida la idea de que Las señoritas de Avignon no fueron enseñadas al público hasta el año 1916. Sin embargo, en mayo de 1910, la revista norteamericana Architectural Record reprodujo en sus páginas el cuadro de Picasso. También existen fotografías de la obra, fechadas en 1908, en las que puede verse a la hija de Van Dongen posando delante del lienzo. Esto nos indica que la obra, pese a mantenerse en el estudio de Picasso era ya conocida por un buen número de gente y que su difusión era más amplia de lo que muchos han creído hasta este momento. Esto nos lleva a considerar el efecto que pudo tener sobre las concepciones artísticas y las vanguardias del momento.
El influjo “mágico “ de Las señoritas de avignon
Picasso siempre afirmó que a la hora de buscar referencias formales para su obra, había que buscarlas en el arte ibérico protohistórico (en el Louvre había una sección dedicada al arte ibérico, con obras descubiertas en 1903 en excavaciones en Osuna), y no tanto en las máscaras africanas. Pero lo cierto es que, a la vez que pintaba Las señoritas de Avignon, llevó a cabo otras obras en las que las máscaras y la influencia de la estatuaria negra estaba muy presente. En todo caso, la obra está impregnada de un “primitivismo” que ya había sido reivindicado por los pintores “fauves”. Pero es muy posible que el interés de Picasso por las máscaras y el arte negro, no se limitase al aspecto formal, si no que incluyese “la magia”. La razón es que se tratan de obras relacionadas con ceremonias que tienen que ver generalmente con los espíritus y el más allá.
Seguramente, Picasso percibió tales influencias y, de alguna manera, quiso que su obra mostrarse esa magia que trascendía lo puramente formal, para convertir el cuadro en un objeto mágico. Tal vez el cuadro fue concebido como una alegoría del placer y de la muerte, tal vez, como una sublimación de los impulsos sexuales o, incluso, como han señalado algunos críticos, como un talismán protector contra las enfermedades venéreas. Fuese como fuese, la obra rompió con cualquier concepción artística del momento, fue más allá de lo que la sociedad estaba dispuesta a aceptar, por eso, tal vez, Picasso nunca la dio por terminada.